Aún la recuerdo. Hace muchos años, tuve una conversación con una mujer que servía en mi casa y que me confió algo que hasta hoy me conmueve. Estaba deprimida. La relación entre ella y su marido cada vez era más tensa e insoportable. Ella no sabía qué hacer pues eran de escasos recursos y tenían cuatro hijos.
Me narraba su historia y el grado de hostilidad al que habían llegado. Entonces me dijo: “Hace cuatro años volví a quedar embarazada y yo no quería abortar a ese hijo pero él me obligó a hacerlo”.
En ese momento, la muerte se dibujó en su rostro.
Empezó a llorar frente a mí de una forma desgarradora. Tomé su mano y en ese momento se me arrojó encima abrazándome y suplicando:
“Ayúdeme , ayúdeme. No sé cómo superar haber matado a nuestro hijo”.
Supe que ese era el motivo por el cual su matrimonio se había roto pues tal y como lo he escrito antes abortar es abortar-me y en el caso de una pareja es abortar-nos.
Este mes en muchas regiones del mundo se celebra el respeto a la vida. Yo diría que se debería vería celebrar el himno por la vida.
Esta matanza de niños inocentes debe de terminar ya.
¿Cuantas más mujeres medio muertas voy ver en el mundo, desgarradas a causa de su aborto? ¿Quién conoce en realidad la agonía que brota e el alma cuando se renuncia a la vida? ¿Cuántas han abortado sin ser plenamente conscientes de lo que es la vida?
La vida es un don que se nos da.
La vida es de Dios, nadie puede tomarla en sus manos. Dios nos regala el vivir y cada vez que un niño no nace por el aborto, algo, una promesa para el mundo se pierde.
Dios nos pide que seamos compasivos.
“Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes” (Lucas 6:36)
¿Cómo no ser compasivos con un niño que es todo ternura, amor, y que ni siquiera ha visto la luz del sol?
Me gusta mucho aquella frase del que fuera presidente de Los Estados Unidos, Ronald Regan: “Yo me pregunto si las mujeres y hombres que luchan por el aborto se darán cuentan que ellos han nacido”.
Semejante frase es como para quedar iluminado interiormente y caer de rodillas pidiendo perdón. Despertar y hacer algo. Ese despertar de esta consciencia a la vida sólo lo puede dar el encuentro con Cristo. Y es que hay un momento en la vida, que aquella mujer que ha abortado llega a reflexionar a solas y se pregunta:
¿Por qué no puedo ser feliz? ¿Por qué no he sido feliz? ¿Qué sería de ese hijo? ¿Que sexo hubiera tenido? ¿Cómo habría transformado el mundo?
Es doloroso negar la vida.
Si eres una mujer que lo hizo busca a Cristo, encuentra a Cristo, aférrate a Cristo. Permite que sea Él quien te ayude a comprender tu pecado y te sane y restaure tu vida. Él además de tu Salvador representa a tu hijo y a todos esos hijos que no conocieron la luz del día.
Salve Regina. Gratia Plena