En pláticas de ejercicio, una amiga me recomendó que me inscribiera en el gimnasio donde va ella. Tome un tiempo para pensarlo y por fin me animé. Al mirarme hoy, no me lo creerías, pero en años atrás pasé muchas horas en un gimnasio perdiendo kilos, sacando el estrés, y corriendo detrás la imagen física ideal.
¿Qué me detiene ahora? Pasa que no me propongo lo suficiente y hay tanto que hacer, que no parece haber tiempo en el día para ser esposa, mama, rezar, dormir, etc. ¡Y hacer ejercicio! Además, no me tengo confianza a mí misma. Como cualquier otra persona, tengo la tentación de empezar a enfocarme en mis propias fuerzas y habilidades. Me ha costado mucho orgullo empezar a ser menos egoísta y ser más servicial. Ahora que estoy aprendiendo a confiar en Dios y no en mi misma, no quiero regresar a mi forma de vivir anterior.
Mi nueva vida en Cristo ha sido lo mejor que he conocido en mi vida. Mi corazón late de una forma que nunca ha latido. Temo menos y mi siento más libre. Él me ha enseñado caminos nuevos y me ha dado una esperanza sin fin. No digo que mi vida es perfecta, a lo contrario, ha habido momentos hasta más difíciles que antes, pero no quiero regresar a una vida donde Cristo no es el centro de mi vida. Sin Él no soy nada pero con Él lo puedo hacer todo.
Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí, y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada. San Juan 15:5
Todo lo puede en aquel que me fortalece. Carta a los Filipenses 4:13
Ah sí. . .regresando a lo del gimnasio. Te aseguro que no estoy evitando el tema.
Pues fui el primer día y pensé, “Si hay un lugar donde necesito la ayuda de mi ángel de la guarda, es aquí. Por favor reza por me Ángel de mi Guarda.” Como ya tenía tiempo sin hacer ejercicio intenso, ya me imaginaba desmayándome, rompiéndome una a rodilla, o algo similar.” Entré a mi primera clase y seguí implorándole a cada brinco y respiro. “No me desampares amigo! No me desampares.” Salí un poco adolorida pero no me paso nada.
De aquí que toda vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles. (Catecismo de la Iglesia Católica 334)
Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. Nadia podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida. Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica 336)
Día número 2 – clase de ciclismo. Tenía unos cinco años sin tomar esa clase. “Ángel de mi Guarda, reza por mí.” Tome la clase a un ritmo poco despacio pero salí sin desmayarme.
Para la siguiente semana, empezó a suceder algo. Empecé a rezar y reflejar mientras hacía ejercicio. ¿Cómo? ¿Puedo rezar y hacer ejercicio a la misma vez?
Este sábado pasado, empecé a desviarme un poco con pensamientos enfocados en mi misma. “Yo puedo hacer esto.” “Yo, yo, yo”. O no . . .”Ángel de Mi Guarda échame la mano por favor.” Después de pedirle ayuda, me sentí tranquila, en paz, y con mucha energía. Empecé a rezar y luego empecé a decir. “Jesús en ti Confió.” “Jesús en ti confió.” Inmediatamente sentí la brisa de los abanicos. Sigue rezando.
Cuando tengo miedo. “Jesús en Ti confió.”
Para las preocupaciones de mi familia. “Jesús en Ti confió.”
Para hacer tu voluntad. “Jesús en Ti confió.”
Cuando me siento con mucho trabajo. “Jesús en Ti confió.”
Cuando las cosas salen mal. “Jesús en Ti confió.”
Cuando no entiendo por qué pasan las cosas. “Jesús en Ti confió.”
Cuando necesito valor para cambiar. “Jesús en Ti confió.”
Hasta cerré los ojos y me sentí volar en la bicicleta. Fue unas de los ejercicios mejores que he disfrutado. Conclusión – nuestro Ángel de la Guarda es un muy buen compañero de ejercicio.
Reconozco que extrañaba el sudor y la energía del ejercicio, pero necesito recordar que si lo hago por vanidad voy a salir con las manos vacías. Necesito ser más fuerte físicamente porque en la vida hay batallas. Hay batallas en contra de nuestras almas. Muchas cosas nos van tropezando en el camino a la vida eterna – glotonería, pereza, miedo, adicciones que nos dañan físicamente y espiritualmente, y la lista continua. Ser gordito no malo, pero lo que sí nos afecta el alma, es como llegamos a ese estado. Dios nos dio un cuerpo fuerte y sano para hacer muchas cosas. Cuando estamos fuertes físicamente, podemos estar más preparados para cumplir con su voluntad.
Somos cuerpo y alma. Las dos cosas a la vez. Estas dos partes son inseparables hasta la muerte, cuando el cuerpo muere y se separa del alma. Pero no se me pongan tristes, porque recuerden que creemos en la resurrección. (No en la de zombis, eh!) pero en lo que repetimos en cada misa cuando profesamos nuestra fe.
“Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.” (Profesión de Fe)
Pienso que en la vida eterna no tendremos que preocuparnos por mantener el cuerpo pero mientras sigamos caminando en esta vida, sí es importante cuidar lo que nos ha dado Dios. Entre más fuertes, más energía tenemos para trabajar en la viña del Señor.
Seguiré rezando y pidiéndole oraciones a mi Ángel de la Guarda para seguir adelante con este propósito. Y también que con cada respiro, no me olvide que Dios es quien me sostiene y me da la bendición de seguir caminando.
Dejemos, pues, toda carga inútil y en especial las amarras del pecado, para correr con perseverancia en la prueba que nos espera. Carta a los Hebreos 12:1