En la temporada de Cuaresma entramos al desierto con Nuestro Señor y lo acompañamos por 40 días.
“En el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo…. Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación” – Catecismo de La Iglesia Católica 1163
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. Lucas 4:1-2
Recordamos el significado de vivir una vida por Dios a través de las Sagradas Escrituras. Escuchamos sus palabras a los discípulos y a los incrédulos. Tenemos que decidir si somos un discípulo o un incrédulo. No podemos ser los dos a la misma vez.
Como en la parábola del hijo Prodigo podemos regresar a Él con todas nuestras faltas y nos recibe con las manos abiertas en el sacramento de la confesión.
El ayuno y la abstinencia nos ayudan a reconocer que lo que verdaderamente nos sostiene es Jesucristo, solo El. No tenemos que depender de la comida ni de las comodidades.
Es un tiempo para rezar y reflejar. Así como lo hizo Jesucristo por 40 días y 40 noches. Preparamos nuestro interior para el trabajo del Reino de Dios. ¿Qué nos está susurrando el Espíritu Santo que dejemos esta cuaresma? ¿Los excesos en comida o el alcohol? ¿Una vida egoísta? ¿El orgullo? ¿Coraje? ¿Vanidad? ¿Qué nos está pidiendo que aceptemos? ¿Obediencia? ¿Humildad? ¿Disciplina?
En cuanto a esta clase de demonios, no se los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno. Mateo 17:21
Los pequeños sacrificios de esta temporada la hacemos para recordar el mayor sacrificio que se hizo por nosotros en la cruz.
Al rezar el rosario, vemos la vida de Jesús a través de los ojos de quien lo quiso y conoció más que cualquier otra persona. Cuando rezamos el rosario, nuestra madre María nos encamina al corazón de su hijo.
Con el ejemplo de los santos y sus oraciones podemos hacer lo que nos pide la iglesia en esta temporada – DAR AMOR Y AYUDA. Nuestro deber es servir a los demás.
Esta Cuaresma es la perfecta oportunidad para ayunar y rezar por un Papa que sufre físicamente y por la iluminación que necesitan los cardinales al seleccionar un nuevo Papa. El Espíritu Santo no nos abandona pero sabemos muy bien que siempre ayuda la oración y el ayuno.
Cuando llega la Semana Santa, la preparación de la Cuaresma nos lleva a los pies de la cruz, con ojos más abiertos, y podemos entender mejor lo que sucedió en el camino al Calvario por amor a nosotros.
Es nuestra oportunidad para estar a su lado como la Virgen María y acogerlo en nuestro corazón.
Al final, llegamos al Domingo de Resurrección con más agradecimiento y conocimiento del amor de Dios hacia nosotros. El Aleluya y la alegría de la Pascua toman un mas bello significado después de caminar en el desierto.